-¿Va
haber o no va haber?- fue la pregunta intimidatoria que me hizo una noche antes
–Va haber pues- respondí con firmeza. Enseguida pactamos la hora y el lugar del
encuentro: -8:30 am en el parqueo de Pacific- (un centro comercial al sur de la
ciudad de Guatemala) ¿el rumbo? Nuestro
destino seria la hermosa ciudad de Antigua Guatemala.
Fue la
primera vez que una mujer de manera tan directa me invitaba a salir, estudiante
de la facultad de medicina, guapa y con 19 años me regalaba ser su acompañante de
aventuras en su primer ida de pinta ya que nunca lo hizo en el bachillerato y
me gusta pensar que fue porqué aún no nos conocíamos.
Era
viernes, el segundo viernes de pascua y la alarma de mi Smartphone sonó a las
7:00 am, odio despertarme tan temprano pero ese viernes no me importó.
Cuarentaicinco minutos después estaba listo. Por circunstancias ajenas ese día
no tenía vehículo así que salí a tomar el bus correspondiente.
Llegue
ocho minutos tarde y al bajarme del bus logré ver su carro; debo confesar que
sentí alivio al ver su inconfundible mini-cooper de color blanco en el
estacionamiento porque en el fondo de
mis pensamientos tenía un cierto temor en que me dejase plantado. La saludé como se saludan los amigos, lance el
primer golpe piropeando lo bien que olía
–es mi crema- contestó risueña. Ella había madrugado porque a primera hora
tenía un examen de anatomía, según su madre; pasaría toda la mañana en la
universidad.
–Me va guiando porfa porque yo de verdad no
conozco- me pidió mientras encendía el motor de su auto pero a la vez también se
encendía la adrenalina del inicio de una aventura. En el camino hablamos de
todo un poco, incluyendo lo bien que le había ido en su parcial, que según
ella, había sido el mejor en todo su historial estudiantil de sus dos años en
la facultad.
Buenas
noticias entonces, el día de pinta pintaba para ser mejor -Dios está de nuestro
lado, relájese y disfrute- le dije para tratar de calmar la emoción mezclada
entre nervios y temores.
Nos
estacionamos en al atrio de la Merced, dejé en su carro mi timidez y de la mano
empezamos a caminar en esas calles empedradas,
la calle del arco era testigo de lo bien que nos veíamos, mi plan era
llevarla a un restaurante mediterráneo el cual si mal no recuerdo también fue
el primer sitio que visité en mi primer día de pinta a la Antigua Guatemala
cuando cursaba los básico en la ciudad de Escuintla. Supuse que estaría cerrado
por lo temprano que era y no me equivoque, -sigamos caminando, vamos al parque-
le dije mientras no soltaba su mano.
El
parque de la ciudad de Antigua Guatemala siempre ha tenido esa característica
poética de acoplarse a cada personaje; habían hijos de Bob Marley, extranjeros,
colégialas, lectores, artistas, un predicador sin voz hablando del pecado y
nosotros... Dos jóvenes sentados en una banca que da a la espalda de la catedral
en una tertulia sin café, en una conversación que reflejo lo distinto que
éramos: a ella le gustan los caballos, las carreras, los carros y el fitness
mientras a mí el futbol, las letras, el ocio y la cerveza. Somos tan distintos
que lo único en común que tenemos es amar a la Virgen María y hacer la señal de la cruz al pasar frente a la
misma iglesia.
Volvimos
a caminar y entramos a una exposición
fotográfica de niños indígenas, ambos compartimos la impresión que nos daba
cada fotografía, ella bromeo diciendo que yo era todo un experto en la materia.
A la salida de la exposición nos encontramos a Maximón, el patrono de las putas y los borrachos, con su puro y con
su trago nos detuvimos a verlo pero no hicimos ningún comentario, quizá porque
los dos sabemos a quién representa.
De
nuevo en la calle del arco y nuestras manos entrelazadas como las raíces de un
árbol que se aferra a su tierra, volvimos al restaurante mediterráneo y
continuaba cerrado, pregunté en la vecindad y mi sorpresa fue que abrían hasta
el mediodía, no teníamos la vida para esperar ese tiempo, así que como buen
administrador tenia mis contingencias y mi plan B y hasta el C.
-Vamos
de Luna de Miel- le dije viendo el café de sus ojos que recibían el sol de las
diez treinta de la mañana, -¿A dónde?- preguntó entre risas, -Es en serio, la
voy a llevar a Luna de Miel, es un lugar de crepas. Le va encantar- Respondí
con seguridad.
Luna de
Miel estaba vacío, o mejor aún, Luna de Miel estaba para nosotros dos, subimos
y nos sentamos en los sillones, la temática del restaurante es para cursis
enamorados, me sentía a gusto. Le pedí
al mesero una Hookah de agua con
manzana y ella no tenía idea de que era
eso, la pipa Hookah que llevo el camarero era rosa como la blusa de ella.
Pedimos también unos tragos y le enseñe a fumar como se le enseña el abecedario
a los niños de primaria.
De
sobra saben ya que somos tan distintos; que teníamos poco y también teníamos
nada en común, pero teníamos química, los minutos transcurrían, pasado, futuro, metas, sueños, anécdotas y
las palabras e historias llovían sobre la mesa que se adornaba con el humo de la
Hookah.
A quema
ropa preguntó por mi chica y luego yo pregunte por su novio, sin rodeos confesó
lo lejos que estaba de querer quererlo,
de la poca confianza que le tiene y de lo libre que se debe ser cuando se tiene
19 años.
La
tertulia se iba alineando al lado que quería y sin tartamudear y con mi sístole
y diástole más fuerte de lo normal cruce la barrera de la FriendZone y a centímetros de sus labios le propuse querernos para
no enamorarnos pero ni tiempo le di a decidir y nuestros labios por fin se
conocieron.
Los
besos siguieron como siguen los puntos suspensivos, entre besos de humo y
manzana sus manos delicadas y sus dedos delgados acariciaban mi barba
descuidada mientras al oído me decía que me quería, que le prometiera que pasara
lo que pasara nunca dejaría de hablarle y yo sin pensar la promesa le dije que
sí y se pactó con un beso para luego en mi turno pedirle que me quisiera -y yo
la querré más- le dije también en un
susurro a su oído.
Al
salir de mi casa abroche un cinturón de seguridad en mi corazón, pero los besos
de humo y manzana de esa cursi mañana de pinta llegaron hasta el fondo mi alma.
El
reloj nos había alcanzado y era la hora de irnos, ella se excusó para ir al
baño mientras yo pedí la cuenta y en una servilleta empecé por escribir la
frase final de esta historia:
“Hay noches que nunca deberían llegar al
alba
pero también hay mañanas de pinta
como
esta que nunca debió llegar al meridiano”
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